No, mi abuela
no tenía álbum de fotos, y probablemente tampoco tuvo fotos para
tener que guardar, pero imagino, ya que la conocí poco, que en el
lugar donde se guardan los recuerdos, cuando los agitara para poder
contar, lo haría con la mayor precisión que su oratoria le
permitiera, y tal vez algo de ellos me contara. Probablemente,
estarían bien presente sus días más felices, como debieron ser el
nacimiento de sus seis hijos, el día de su boda y también los días
tristes, cuando aquellos que nos precedieron volaron a mejor vida,
dejando en nosotros el dolor de su partida.
Pero yo no
necesito tener un álbum de fotos antiguas para recordar a mi abuela
que conocí tan poco, pues también tengo un pequeño rincón donde
un día, siendo muy niña, puse una estantería para colocar la
chispeante llama del fuego encendido de la chimenea, donde me tostaba
las bellotas y castañas en invierno; el umbral de granito de su casa
frente a la iglesia donde las niñas nos sentábamos en las noches de
verano a contarnos pequeños descubrimientos y la higuera que daba
sombra al patio donde se sentaba a zurcir la ropa usada.
Lo que yo no
tengo en la estantería de recuerdos de mi abuela, son los besos y
caricias que tal vez me hiciera, o es que el hipocampo de mi cerebro
haya sufrido ya algún daño que me impida recordarlo. Así que para
que eso no le ocurra a mis nietos, no dejo escapar ninguna de las
posibilidades que las nuevas tecnologías y redes sociales me dan
para que me recuerden tantas veces como quieran en imágenes,
escritos o grabaciones. Los besos y caricias, espero los guarden en
el corazón, pues ahí no creo que se les olvide.
Publicado por el periódico HOY el 30-05-18
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