Se suaviza el confinamiento durante el cual he aprendido
sobre todo a valorar el tiempo vivido, repasarlo al caer la noche, con
lentitud, para ponerle puntos y guardar en el cajón de la vida aquellos
momentos que más plácidos me han sido. Sacar el agua del cántaro, mirar el
brillo interior y el olor mezcla de agua y barro, con ello comprobar al fin que
la carga se ha vuelto ligera.
En este trayecto hacia un futuro incierto, como es el
día a día, he prescindido de todo aquello que no me proporcione el tiempo ni la
calidez de lo que me rodea. Con él puedo paladear todos los sabores, incluso los
recuerdos, pues para ello sólo necesito cerrar los ojos y pensar cómo olía la
calle recorrida, la comida en el paladar y el tacto de la ropa al abrazar un
ser querido.
Sin embargo, debo aprender urgentemente a cerrar mis
oídos a todo aquello que horada los sentimientos, nubla el conocimiento y vacía
de actitud grata el regalo que es cuanto bueno me acontece. Ver que todos los
puntos confluyen en un nuevo amanecer.
Antonia
Marcelo 10-06-2020
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