Dirijo mis pasos hacia un poniente con agitadas aguas, espuma blanca y un céfiro que me acaricia frenando los pasos para indicarme que, antes de volver es necesario parar y contemplarlo. Ha perdido el color el horizonte y entre sus gotas brumosas, aparece al fondo el pueblo confundido con el puerto que ya duerme en la neblina de su lecho. Hace rato que se ocultó el sol que había dorado la olas y teñido el mar de plata.
Me siento sobre la arena y un leve escalofrío mueve
mis sentimientos. Procuro alejarlos y sepultar en el fondo del mar, rendirme al
presente que oscila sobre una barca imaginaria y un marino errante que nunca
llega. Todo él está vacío, sólo la barca vibrante me envía olor a madera húmeda
con el ligero sabor rancio del pescado que otro día brincaba con sus últimos
estertores, el repicar de la campana que anuncia la llegada al puerto y una
estela de espuma que se desvanece a lo lejos.
Bajo un mar cada día nuevo, ya confundido con el
cielo, una fuerza me clava a este lugar con el arpón de un Eolo ciego, del que
escapo siempre a mi destino, a la vez que triste, con renovado anhelo.
Antonia
Marcelo 26/06/2020