Nuestra Señora de la Natividad patrona de Manchita (Badajoz). Foto cedida por Rupe Cortés
Se
aproximan las fiestas patronales en los pueblos de Extremadura. Fecha
solemne esperada durante todo el año para el feliz reencuentro con
los que se fueron y, tradicionalmente, para dar por concluido el año
agrícola. Llega Santiaguito en Villanueva de la Serena, el Pilar en
Magacela, la Velá en Don Benito, la Piedad en La Coronada, las
Nieves en La Zarza, San Gregorio en Guareña o la Virgen, la
Natividad el 8 de septiembre en Manchita. Momentos de feliz encuentro
con antiguos amigos o familia que no se veían desde hacía tiempo.
La fiesta, siempre en honor de la patrona o patrón correspondiente,
rondan en torno a los actos religiosos durante el día y terminan con
las “bacanales” propias de la noche. De mi pueblo, Manchita,
recuerdo que el baile comenzaba después de que la imagen de Nuestra
Señora de la Natividad hubiera recorrido las calles principales,
luciendo sus mejores galas, con su preciosa melena al viento,
cantada, vitoreada y puesta a buen recaudo en el altar mayor de la
iglesia, hermosamente decorada con olorosas azucenas blancas. El
baile era amenizado por un saxofonista popularmente conocido como
Capirulo, hombre jovial que recorría todos los pueblos de la comarca
con su saxo y larga barba, del que yo creía se trataba de un
personaje legendario sacado de algún cuento. Le acompañaba en este
merecer el zapatero del pueblo, Agustín, que por unos días cambiaba
la horma de aquellos finos botines que fabricaba a medida del
cliente, por una sonora batería y platillos que acompasaban, con el
beneplácito de toda la juventud, a la “España cañí” más
primorosa que se haya visto, aventada por los volantes de las faldas
de las guapas mujeres del pueblo de las que aún recuerdo algunos
nombres, Rosa, Julia, Paula, Margarita, María, Luisa, Maruja... Todo
un ramillete de preciosas muchachas ataviadas con sus mejores galas,
la mayoría fabricada por ellas mismas, acudían a la sala de baile;
un gran salón donde la única decoración era las baldosas blancas
y negras, situadas como las casillas del tablero de ajedrez, sobre
las que se deslizaban sus ligeros pies cargados de ilusiones. Un gran
banco corrido para sentarse junto a la pared servía de descanso a
los bailantes, que durante horas se divertían dando vueltas y más
vueltas a la pista de baile. Nunca tuvimos toros, charangas ni
tiovivos. La fiesta comenzaba cocinando exquisitas viandas y dulces,
como las incomparables empanadillas de almendra, engalanando las
casas para recibir a los visitantes y familiares. En la calle se
instalaba algún puesto de turrón y después de tres intensos días,
una sarta de fuegos artificiales daba la traca final a la mejor
fiesta del año. Felices fiestas patronales a todos los extremeños.
Publicado por el periódico HOY el 11-08-17
Antonia Marcelo
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