Un
día más me siento a desayunar en la terraza más cercana al mar.
Rosario es una guapa sevillana que se aproxima a los setenta, buena
persona y madre de cuatro varones de ojos claros y piel tan morena
como un sajarahui. Está entretenida con su móvil mientras toma su
tostada, por lo que paso de soslayo dando tímidamente los buenos
días. Me dirijo a mi mesa habitual lejana al grupo de escandalosos
británicos con sus risas y voces. Hace días que no aparece el señor
Fumalotodo que se sienta a mi espalda. Pido mi café como mandan los
cánones: caliente como el infierno, negro como el carbón y dulce
como el amor. Los gorriones se pasean por mi mesa esperando caiga su
ración de migas de tostada. Una suave música ameniza el ambiente.
Son las diez de la mañana de un primero de agosto. Al café para
endulzarle como el amor le pongo sacarina, lo aclaro con leche
desnatada y espero que se enfríe con el tiempo mientras ojeo el
periódico Hoy como todos los días. Nada es como tiene que ser. Los
pájaros se llevan mi tostada. Lo británicos hacen alarde de
superioridad alzando la voz y un perro de tres patas ladra a un niño
que arrastra la sombrilla de la playa.
Rosario
se levanta y para despedirse me comenta si quiero, como acaba de
hacer a sus amigas, que me envíe por WhatsApp diariamente los
evangelios.
Antonia Marcelo
Publicado en el Hoy del-04-08-17
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