sábado, 3 de marzo de 2018

MARRAKECH

                                                                 Plaza Jamaa el Fna


*Antonia Marcelo

MARRAKECH

Marrakech es una de las ciudades más importantes de Marruecos, con algo más de un millón y medio de habitantes, imprescindible visitar si quieres conocer la zona más turística del Magreb, ese “lugar por donde se pone el sol”.
Pasear por su Medina, regatear, tomar té, hacer compras compulsivas, dejar impresa en nuestra cámara todo cuanto los ojos pueden captar, resulta totalmente imprescindible. Marrakech tiene un cromatismo que se graba en tu memoria , has de dejarte llevar por el aire que llega de las montañas rojas que lo envuelven, cerrando los oídos a la amalgama de voces venidas de todos los lugares, de idiomas imperceptibles y dejarte llevar por su olor y su música. El bullicio del día, se transforma en algarabía, cuando se acentúa con las luces de la noche en sus calles y pasadizos, misteriosos secretos de sus gentes.
A pocos pasos de la mezquita Kutubia, se encuentra la plaza de Jamaa el Fna, de la que ya me quedé prendada en aquella antigua y famosa película de “El hombre que sabía demasiado” joya del cine de intriga, y con la idealización de ese lugar plasmada en blanco y negro en mi memoria, irrumpo en la plaza ante otras imágenes enmarañadas por una paleta de colores imaginarios en mi mente y presentes en sus habitantes.
He visitado esa plaza mezcla de culturas milenarias, donde se agita con brío lo antiguo con lo moderno, gastronomía, arte, música, costumbre de tan variados orígenes, que has de cerrar los ojos y retener a cada momento la luz y el misterio que envuelve todo. Desde las terrazas que dominan la plaza, el corazón late al ritmo de los tambores, las dulces notas de las chirimías te balancean, la insistente música del pungi que toca el encantador de serpiente que se contonea ante la mirada incrédula de la gente, el colorista aguador, los saltimbanqui, dentistas, tatuadoras, los puestos de comida... los contadores de cuentos rodeados de gente sentada en el suelo, el escribidor de cartas, que más bien parece un confesor que detallara los pecados de su interlocutor. Un teatro viviente que te deja con el deseo de volver y la tristeza de no poder olvidar. Marrankech te embriaga. Marraquech te cautiva.

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