Soy
tu enamorada de todos los días. Tu te levantas antes que yo y entras
por mi ventana suavemente a saludarme. Buenos días. Yo me desperezo.
Dejo que tu calor se deslice por mi piel delicadamente. Te odio por
un instante. Quiero apartarte de mí para no verte. Después me
acaricias, me desvelas, me iluminas, me das fuerza y paso las horas
maldiciendo tu pesadez, tu ardor incombustible con esa quemazón que
me hiere. Sin embargo, llega la tarde y te persigo hasta perderte con
el corazón herido en la distancia, como el enamorado en la triste
despedida te digo adiós con un suspiro, admirando el rojo de tu
pasión en la irremediable huida que nos separa cada día, cada
noche, que en el horizonte te pierdes irremediablemente, como cada
día.
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