viernes, 25 de septiembre de 2020

ME FALTABAN LOS BESOS

 




A un salto de decidir si entretener las últimas horas del día en ver una película que me alteraría el sueño -se anunciaba una intrigante suerte de huidos de una cárcel de Pretoria- o una reparadora lectura bien arrellanada entre las sábanas, decido por lo segundo, siempre pensando en que ello me llevaría hasta Morfeo en un abrir y cerrar de ojos.

Lleno el tiempo en un variado capricho de lectura saltando del relato a la poesía y viceversa, e incluso en el intermedio, alterno algún chat, tuit o correo que durante el día había olvidado enviar, esta maldición de las comunicaciones de las que no es posible desprenderse ni aún a las horas de descanso, y no es porque no me satisfaga una para saltar a la otra, es que los deseos de conocer más me llevan a eso, a atiborrarme de un menú demasiado extenso leyendo al mismo tiempo varios libros. Me ocurre algo parecido a cuando tenemos hambre y todo lo que hay en la mesa nos parece poco. Puestos luego a comer nos acabamos saciando con la vista.

Todo esto me lleva al dilema de nunca saber el camino que tomar a la hora de dormir. Dice mi profesor de mildfuness que en esos momentos no hay que pensar nada para poder conciliar el sueño, pues difícil me lo pones, cuando a esa hora por mi mente desfilan tantos personajes como para escribir un fabuloso cuento.

Ya dispuesta a dormir, apagada la luz, acomodada entre las sábanas, cruzada una pierna sobre la otra, una mano bajo la almohada y la otra sosteniéndome la mejilla izquierda, es cuando veo aparecer al flautista de Hamelín con toda suerte de animales; para huir de esa columna andante que me persigue, escondo la cabeza bajo la almohada, donde al dar mi rostro con el bordado de las sábanas me encuentro frente a frente con Eduardo Rosales, pintando a la Reina Católica en su lecho de muerte, mientras dicta testamento a sus notarios, todos ellos con sus rostros lánguidos rodeados de puntillas, miriñaques y negras calzas. Vestida con el ropaje de tan ilustres personajes, me traslado de inmediato en un lujoso navío a la Serenísima Venecia donde hace su aparición la Emperatriz Sissi con el guapo Francisco José. Ante tan romántico espectáculo, aterrizo espada en mano, en las murallas de Trujillo donde tropezaré con el disfrazado Tulipán negro quedando poseída por los fascinantes ojos de Alain Delón.

Y este será un hermoso final del día cuando el apuesto galán retire la espada de mi mano, mientras yo no pierdo la mirada de sus ojos y él deposita dos delicados besos sobre mi rostro, deseándome buenas noches.

Antonia Marcelo

25-10-2020

 


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