A un salto de decidir si entretener las últimas horas
del día en ver una película que me alteraría el sueño -se anunciaba una
intrigante suerte de huidos de una cárcel de Pretoria- o una reparadora lectura
bien arrellanada entre las sábanas, decido por lo segundo, siempre pensando en
que ello me llevaría hasta Morfeo en un abrir y cerrar de ojos.
Lleno el tiempo en un variado capricho de lectura
saltando del relato a la poesía y viceversa, e incluso en el intermedio,
alterno algún chat, tuit o correo que durante el día había olvidado enviar, esta
maldición de las comunicaciones de las que no es posible desprenderse ni aún a
las horas de descanso, y no es porque no me satisfaga una para saltar a la
otra, es que los deseos de conocer más me llevan a eso, a atiborrarme de un
menú demasiado extenso leyendo al mismo tiempo varios libros. Me ocurre algo
parecido a cuando tenemos hambre y todo lo que hay en la mesa nos parece poco.
Puestos luego a comer nos acabamos saciando con la vista.
Todo esto me lleva al dilema de nunca saber el camino
que tomar a la hora de dormir. Dice mi profesor de mildfuness que en esos
momentos no hay que pensar nada para poder conciliar el sueño, pues difícil me
lo pones, cuando a esa hora por mi mente desfilan tantos personajes como para
escribir un fabuloso cuento.
Ya dispuesta a dormir, apagada la luz, acomodada entre
las sábanas, cruzada una pierna sobre la otra, una mano bajo la almohada y la
otra sosteniéndome la mejilla izquierda, es cuando veo aparecer al flautista de
Hamelín con toda suerte de animales; para huir de esa columna andante que me
persigue, escondo la cabeza bajo la almohada, donde al dar mi rostro con el
bordado de las sábanas me encuentro frente a frente con Eduardo Rosales,
pintando a la Reina Católica en su lecho de muerte, mientras dicta testamento a
sus notarios, todos ellos con sus rostros lánguidos rodeados de puntillas, miriñaques
y negras calzas. Vestida con el ropaje de tan ilustres personajes, me traslado
de inmediato en un lujoso navío a la Serenísima Venecia donde hace su aparición
la Emperatriz Sissi con el guapo Francisco José. Ante tan romántico espectáculo,
aterrizo espada en mano, en las murallas de Trujillo donde tropezaré con el
disfrazado Tulipán negro quedando poseída por los fascinantes ojos de Alain
Delón.
Y este será un hermoso final del día cuando el apuesto
galán retire la espada de mi mano, mientras yo no pierdo la mirada de sus ojos y
él deposita dos delicados besos sobre mi rostro, deseándome buenas noches.
Antonia Marcelo
25-10-2020