Cigüeña en la torre de una iglesia de Alange (Badajoz)
El gorriato y la cigüeña forman parte de mi infancia. Nos hemos criado juntos. Esta pequeña ave, el gorriato, tan típicamente urbana, ha colonizado gran parte
del mundo, trasteando entre las plantas de los patios y en la “enramá
de los doblaos” de nuestros pueblos. Cuando salíamos al campo para
comprobar como iba la cosecha de cereales, allí estaban asida a
pequeñas ramas de trigo, tambaleándose por el peso de sus delicados
cuerpos, sin asustarse de las personas, sus nidos, siempre al alcance
de los niños, se convertían en una fiesta entre tan inocentes
manos, que transportábamos, para causar la envidia de los amigos.
La misteriosa cigüeña, desaparecía año tras año, hasta que un
día, tras el inmenso esfuerzo para transportar los niños desde
París, ahí estaban ellas, con su incesante crotorar, en su inmenso
nido posado sobre la torre de la iglesia. Mañana y tarde
transportaban pequeñas ramas que cada año, en reposición de las
perdidas en la estaciones invernal, aumentaban el tamaño de su
morada a las espera de su inminente prole. Cada día, desde la
distancia que nos separaba, comprobábamos con expectación las
novedades que ocurrían en lo alto de la torre para comprobar el
nacimiento de los pequeños cigoñinos y, en las horas de estío,
cuando las noches se alargaban con charlatanes corros en las aceras
de las calles, mientras llegaba el “fresco”, los niños, en
pandillas numerosas, cantábamos aquello de “cigüeña
malagueña, tus hijos se te van, al arroyo Portugal, escribe una
carta que pronto vendrán”.
Publicado en el periódico HOY , el día 30-07-15
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