Canal del Rivilla que corre paralelo a la Carretera de Sevilla, al fondo iglesia de la Concepción
Son
las nueve horas del primer domingo de mayo. Un rato más en la cama
para escuchar el canto de los pájaros que anidan los árboles
cercanos. Inútilmente pongo atención por si me llegara el deseado
aroma a café que acompañaría a los buenos deseos de un gran día.
Nadie a mi alrededor. Me levanto y, como un domingo más, me visto
ligeramente unas deportivas para aprovechar las primeras horas del
día, antes de que empiece el calor, para hacer un poco de camino y
desayunar, como de costumbre, en el bar Vaquerizo del cruce de la
autovía con carretera de Sevilla. Cuando estoy saliendo a la calle
mi marido ya regresa de su paseo matutino. Gustosamente se incorpora
al mío para acompañarme en el mismo trayecto. Bajamos la cuesta de
Cansaburros ligeros, con el viento fresco en el rostro que se
agradece, el sol promete un buen día de primavera y el campo, regado
por las recientes lluvias, embriaga con el perfume a pino, jara,
espliego. Caminamos ligeros, él con los auriculares donde escucha
las noticias; yo detrás escuchando el sonido del silencio.
Hay
poca gente en el bar, faltan las habituales y bulliciosas familias,
con churumbeles gritones y móviles a toda marcha, moteros y toda esa
tribu humana que carga pilas los domingos en la parcela montado la
barbacoa y asando panceta. Miguel y Antonio, atienden ligeros en el
bar; las migas, el café y el zumo de naranja no tardan en estar en
la mesa sin apenas haber dado tiempo de abrir el periódico del día.
Prosiguen las noticias de la semana, a ver si por cansina alguien las
soluciona; las vistas aéreas del Ave que nunca vuela, pero a pesar
de ello, deja su huella de surcos a través de los diez años
horadando la dehesa como si de un gigante se tratara, ocultándose
en el momento que se acerca a una ciudad. Le debe dar miedo la
cercanía de los humanos. Risa da, vergüenza también y pena de que
no haya en esta tierra una sola voz que sea escuchada y dejar de ser
los últimos de la cola en todos los sectores de una sociedad que
evoluciona a pasos agigantados, mientras que Extremadura se hunde
cada vez más en el atraso y la desidia.
Dique corredor que evita el desbordamiento del Rivilla
Regreso
a casa. Esta vez por el corredor del Rivilla, agradable paseo hoy
casi de fantasma, apenas un perro ladra en las cercanías. Deben
haberse ido todos a Botoa. Un reguero de agua inunda una zona de la
parte ajardinada, indago, la manguera está cortada por dos sitios,
hago fotos para enviar a Abisa y que solucionen. Unos pasos más y
bajo el puente que lleva a la carretera deSevilla, arrojado en el
canal, un banco de los jardines. Nueva foto para el ayuntamiento, en
este caso les hubiera recomendado que no lo volvieran a poner. Total,
si no lo quieren, pues buena gana perder el tiempo y el dinero. Cien
metros más un intento de incendio para quemar las cañas del río.
Paso.
Comida
familiar. Mesa larga. A más familia más distancia. Más risas. Más
palabras.
Tres
horas de sobremesa. Todos se quedan. Vuelvo como fui, sola. Abro el
ordenador para comunicar al Ayuntamiento los deterioros encontrados
en el recorrido. Imposible. Tres veces. La contraseña de ayer ya no
es la de hoy. Lo intento y aburrida del tema lo dejo. Salta el
Messenger, una vídeo conferencia de un tal Jorge Ríos. Paso.
Vuelve. Diez. Doce veces. Lo abro. Un vídeo pornográfico. Intento
eliminar pero sigue. Consigo bloquear y respiro. Cansada de pelearme
con las redes sociales me dedico a plantar petunias en el jardín, es
más gratificante, abro el surco, echo tierra nueva, planto, riego y
miro. Un bonito entretenimiento.
Margaritas silvestres
Llega
la hora de cenar y dormir, jolines, MasterChef ha empezado. Me recreo
en estructuraciones, rellenos imposibles y palitos caramelizados. El
expulsado llora. Hace lo que no le piden y llora. No se ha enterado
que todas las semanas sale uno y el que no cumple ¡zasca!
Ya
me voy a dormir, lo intento, cinco veces me levanto para hacer pis,
vuelvo a intentarlo. Ahora voy a la cocina y me tomo una infusión.
Son las cuatro. De nuevo voy a dormir. Lo intento. Son las seis, me
levanto. Me tomo un café y me pongo a escribir. Son las siete.
Cantan los pájaros. Ha sido un largo día de la madre.