El viento llama a la ventana portando un día más incautado
al calendario.
La vista es corta, hasta donde limita una pared blanca,
igual que todas las paredes blancas. Ante ella, la noche ha parido una flor que
te llama por sus bellos colores mostaza. Rápido, antes de que el viento arrecie
y la lluvia acabe con ella, corro a recoger la cosecha que hoy traen los
tempranos rosales. No permitiré que sus hojas caigan al suelo y se pierdan
entre los charcos y el barro.
Vuelvo a las tareas del día en este aislamiento
monótono en que me encuentro y una tromba de agua comienza a descargar sobre el
tejado, silenciando con su eco los perezosos pasos. Recojo el agua que cae por
las canales y que guardaré para el riego de aquellas plantas a las que no les
llega la que con tanta abundancia cae de cielo.
Paso el tiempo en forma de poema que me envían,
llenando la melancólica tarde con los besos que se echa de menos y los abrazos
que se guardan para otros momentos. Me dispongo a recorrer el camino que cada
día aligera mis pensamientos, con el aportes de la música que me acerca de la
mano al limonero desnudo de hojas, a los pinos rojos por el sol del atardecer y
al alcornoque que resplandece con las hojas nuevas. Arriba, en su azotea, dejan
al descubierto el más hermoso arco iris a cielo abierto.
Inmersa en esta individualidad que nos aleja, del
mundo, del tiempo, escucho a lo lejos anónimos aplausos y una música que
resiste, al hoy y al tiempo.
Se va la luz de la tarde y con ella los besos y abrazos.
Pensaré ésta noche el valor que tiene todo lo que me
han robado.
Antonia
Marcelo 16-04-2020